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CASANDRA Y LA LUCIDEZ IGNORADA

Durante siglos, el mito de Casandra ha sido uno de los relatos más representativos del conflicto entre el saber y la incredulidad. Casandra, princesa de Troya, recibió del dios Apolo un don extraordinario: la capacidad de ver el futuro con total claridad. Pero cuando rechazó el amor del dios, este la castigó con una maldición implacable: nadie creería nunca sus profecías, por muy acertadas que fueran. Así, Casandra se convirtió en una figura trágica, condenada a anticipar desgracias con certeza, pero sin lograr cambiar el curso de los acontecimientos.

Advirtió de la ruina que traería París al regresar con Helena. Nadie la escuchó. Suplicó que no se aceptara el caballo de madera frente a las puertas de Troya. Nadie la creyó. Incluso anticipó su propia muerte, y ni siquiera entonces fue tomada en serio. Su drama no era la ignorancia, sino la lucidez ignorada. Y esa condena no es solo un relato antiguo; es también una experiencia demasiado familiar para quienes trabajamos en Prevención de Riesgos Laborales.

Los técnicos de PRL no hacemos profecías, pero sí evaluaciones. No tenemos visiones, pero sí datos, experiencia y observación. Aplicamos normativa, detectamos condiciones, anticipamos escenarios. Y muchas veces, cuando advertimos de un riesgo o proponemos una medida, nos encontramos con la misma mirada que recibió Casandra: incredulidad, duda, incluso rechazo.

  • “Eso nunca ha pasado.”
  • “Siempre se ha hecho así.”
  • “Si es solo un segundo.”

En muchos sectores esta situación es especialmente habitual. Entornos cambiantes, urgencias constantes, recursos limitados. En ese contexto, el técnico que señala un riesgo o plantea una medida preventiva puede ser visto como quien viene a poner pegas, a ralentizar la actividad o a incomodar. Como Casandra, su mensaje se percibe como inoportuno. Y cuando el accidente no llega, aunque se haya hecho todo mal, bien porque hubo suerte o porque no hubo daños personales (lo que llamamos “accidentes en blanco”), se refuerza la falsa idea de que la prevención no era necesaria. Pero cuando se alinean los factores, y todo profesional con experiencia sabe que “tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe”, entonces llegan las preguntas, las llamadas, las citaciones. Porque no siempre nos enteramos de los hechos por los canales habituales. A veces somos los últimos en saberlo: a través de una notificación de la Inspección de Trabajo, una anotación en el Libro de Incidencias o cuando un Coordinador de Seguridad y Salud detiene una actividad por falta de medidas.

La evaluación de riesgos no es un trámite. Es una herramienta para anticipar, corregir y proteger. Cuando se ignora una advertencia sobre un trabajo en altura, una zona de paso sin señalizar o un equipo sin mantenimiento, no se está ignorando a una persona: se está ignorando una obligación legal y una responsabilidad compartida. Porque prevenir es evitar que ocurra. Y para que eso sea posible, hay que escuchar a quien tiene la función de asesorar.

La prevención no se ve cuando funciona. Cuando las cosas salen bien, cuando no hay accidentes, cuando nadie resulta herido, la tendencia es pensar que quizá no hacía falta tanto control, que el riesgo no era real. Pero esa percepción es un espejismo. Lo que se evita no deja huella. La mejor señal de una buena gestión preventiva es el silencio de los partes, la tranquilidad del día a día. Y eso no debería restar valor a quienes trabajaron para que así fuera.

Construir una cultura preventiva implica dar valor a la anticipación. Crear espacios donde los avisos se tomen en serio. Fomentar que se hable de los riesgos sin miedo a parecer alarmista. Reconocer el papel de los técnicos, encargados, coordinadores y responsables que no se conforman con que “hoy no ha pasado nada”, porque saben que el riesgo no se toma vacaciones.

Casandra no fue escuchada, y Troya cayó. En prevención, no podemos permitir que ocurra lo mismo. Hay que reforzar los canales de comunicación, asegurar que las advertencias lleguen, se entiendan y se tengan en cuenta. Hay que evitar que las decisiones se tomen solo por urgencia, por costumbre o por presión. Hay que escuchar antes del accidente; lo de después son parches.

Porque no se trata de quién tiene razón. Se trata de aunar esfuerzos para evitar que los accidentes se materialicen. Y para eso, necesitamos escucharnos más, entendernos mejor y actuar juntos, cuando aún estamos a tiempo.

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